A menudo, ignoramos las señales que nos envían nuestro cuerpo y nuestras emociones. Soportar el dolor no nos hace más fuertes; en realidad, puede llevarnos a repetir patrones tóxicos. Es fundamental reconocer la importancia de escuchar nuestro dolor, tanto físico como emocional, y la necesidad de sanar antes de avanzar.
El domingo por la mañana participé en la carrera de la Cruz Roja, corrí 5 kilómetros y pude concluirla sin parar, el cual era mi único objetivo, sin embargo, más tarde sufriría las consecuencias pues me resultaba casi imposible subir o bajar escaleras, tenia un dolor intenso en la rodilla, mismo que no me era ajeno, pues llevo ya varios años padeciendo ese malestar al realizar ciertos ejercicios, específicamente correr.
Un par de semanas antes me habían confirmado no tener ninguna lesión, sin embargo, el dolor era persistente, el médico me comentó que era un tema de mala postura y a la larga produce cierta compresión de algún nervio y provocando ese dolor o algo así alcancé a entender.
En medio de la consulta me preguntó si tomaba algún medicamento para el dolor, a lo que yo respondí que no, que solo cuando ya no aguantaba, sintiéndome muy orgullosa, pues no suelo tomar medicamentos por dolores que considero puedo soportar.
A lo que él respondió que es justamente por eso que debemos tener un tratamiento pues el dolor es un aviso de que algo no está bien, es necesario tomarlo incluso aunque no duela pues cuando el malestar empieza a notarse es porque eventualmente algo ya está muy mal aun cuando no podamos verlo, reconozco que para mí ya era hasta normal sentir cierto dolor en mi pierna, no era que dejara de doler tan solo me había acostumbrado a vivir así.
Correr es una de las actividades que lo detonan, por eso es que al terminar la carrera ya esperaba el dolor inevitable, el resto del día estuve acostada sin querer levantarme de la cama, en el fondo sabía que eso pasaría, pero no me importó, decidí correr.
Más tarde, le escribí a un amigo para contarle sobre la carrera y el dolor que no me dejaba moverme, y lo que es peor, ya estaba planeando inscribirme en la siguiente.
Por la noche ya empezaba a lamentarme haber corrido, pues ahora tendría que dejar de ir un tiempo al gimnasio o a nadar en lo que mi pierna se recuperaba.
De pronto puse todo en perspectiva y sentí mucha tristeza al darme cuenta de lo que le estaba causando a mi cuerpo, el me estaba avisando, mostrando su dolor y yo aún así decidía ignorarlo, yo decidía fingir ser “fuerte” o “valiente” aun a expensas de mi propio dolor. Tienes que sanar primero, me dije a mi misma y no hablaba precisamente de mi rodilla.
Esta situación me llevó a analizar cómo muchas veces decidimos transitar en nuestras relaciones amorosas sin antes sanar, terminamos una e iniciamos otra, ignorando hasta cierto punto el “dolor” que nos deja el cerrar un ciclo, sobre todo aquellas relaciones en las que se involucran sentimientos, expectativas, añoranzas.
Me había sucedido con anterioridad que a pocas semanas de terminar una relación ya estaba iniciando otra, sin darme el tiempo de transitar por el dolor que permite visualizar los aciertos y errores para no volver a cometerlos.
Cuando no sanamos, las heridas vuelven a brotar, se abren nuevamente con facilidad y es ahí donde volvemos a caer en patrones antiguos que nos llevan a los mismos resultados, lo peor es que nos volvemos tolerantes al dolor, lo hacemos parte de nuestra vida diaria y ya ni siquiera somos capaces de darnos cuenta de lo mucho que nos molesta. Soportamos actitudes, acciones en otros que nos hacen sentir incómodos, indiferencia, faltas de respeto que nos lastiman, pero que hemos permitido al grado que preferimos “no verlas” o peor aún empezamos a normalizarlas.
Mientras estos pensamientos pasaban por mi mente no pude evitar sentir un nudo en la garganta al reconocer todas esas omisiones que he tenido respecto a comportamientos tóxicos en relaciones pasadas, y darme cuenta cómo solemos rechazar lo sano, porque nos resulta raro o incómodo, en un impulso de autosaboteo inconsciente que nos impide sanar, continuamos haciéndonos daño en entornos que nos resultan familiares pero que no son necesariamente sanos, se vuelve un ciclo sin fin.
El dolor es un grito desesperado, ¡escúchalo! Es un llamando tu atención, un aviso de que algo no está bien, de que es necesario hacer una pausa un chequeo interno. Ignorarlo no es sanar, intentar olvidar, no es sanar, autoengañarnos no es sanar, hay que reconocer nuestro dolor, saber qué duele, abrazarlo, aceptarlo y transformarlo en aprendizaje, hasta que un día deje de doler.
Le huimos tanto a sentir dolor, que preferimos fingir que no pasa nada, mientras pasa todo y hacemos más profunda la herida, ¿Cuánto dolor somos capaces de tolerar?, ¿Cuánto daño más estamos dispuestos a resistir?,¿Cuánto tiempo más nos funcionará hacernos los fuertes? y en todo caso, ¿Vale la pena?, qué pasaría si te permitieras sentir tu dolor, después de todo recordemos que ser vulnerables es de valientes.