Durante la mayor parte de mi vida había escuchado a gran parte de mi familia y en general a mi círculo social más cercano decirme: “Es que tú eres muy inteligente”, sin embargo, yo no sentía eso, yo no me sentía suficientemente inteligente, eso sin mencionar que sentía una presión constante, era como si tuviera la obligación de “lograr algo” y lo que es peor, sin saber qué era ese algo, había en mí una necesidad de satisfacer las altas expectativas que los otros habían depositado en mí, en cuyo caso lejos de ayudarme me hacían sentir menos capaz, pues en un intento de no decepcionarlos, procuraba no tomar ninguna clase de riesgo y no me atrevía a hacer las cosas que en realidad quería por temor a no lograrlo.
Debo confesar que aun en este momento sigo teniendo miedos, aún sigo teniendo ciertas inseguridades, como las tenemos todos, pero he aprendido a actuar aun cuando el miedo está presente, he tomado la decisión de vivir.
El camino hacia descubrir “mi propósito” ¿Qué quiero? , Ha sido muy largo y a decir verdad también bastante tormentoso, me agobiaba la sensación de no saber hacia dónde estaba encaminando mi vida, sin un rumbo definido, dejando pasar el tiempo, me sentía perdida y pensaba que estaba desaprovechando mis mejores años, que estaba dejando pasar la vida.
Me casé a los 25 años con quien se suponía era el amor de mi vida y dos años más tarde estaría iniciando mi separación dejando atrás muchos sueños, ilusiones e incluso comodidades. Llena de miedos decidí concluir una relación de más de 10 años, casi la mitad de mi vida en ese momento, sin duda una de las situaciones más difíciles a las que me he enfrentado. Dejar atrás toda una historia y la ilusión que había puesto en ella , sumado a la crítica social, el qué dirán de la familia, el dolor que esa decisión causaría a otras personas, entre mil cosas más que pasaban por mi mente; pero en ese momento sentí que era hora de pensar en mí, que había ya tomado muchas decisiones poniendo por encima a los demás antes que a mí misma… hoy sé, que fue lo correcto.
Luego de mi separación, inició mi proceso de autoconocimiento, pues durante los últimos años sentía que había perdido mi identidad con tal de pertenecer a un círculo en el cual terminé perdiéndome a mí misma en muchos sentidos y fue así como después de un tiempo la pregunta decisiva se hizo presente, el origen del TODO:
¿Quién eres?
Más allá de los títulos académicos, que desde niños nos enseñan que son muy importantes, más allá del físico que como sociedad nos hemos encargado de estereotipar, lejos de la ropa que vestimos, los lugares que frecuentamos y hasta lo que comemos… más allá de todo eso, ¿Quién eres, Keila? Me pregunté.
Y fue justo ahí, en ese pequeño cuestionamiento, donde encontré lo único que necesitaba… mi luz propia. Hoy, muy orgullosa y segura de ello puedo decir que sí, soy una mujer inteligente, compasiva, empática, muy sensible, amante de la naturaleza y de las pequeñas cosas, como el airecito de las mañanas y los rayitos de sol que entran por la ventana. Soy una mujer perseverante y disciplinada, abierta a nuevas ideas, fuerte y valiente, honesta, pero sobre todo humana y por tanto, imperfecta, con un montón de áreas de oportunidad, en constante evolución, buscando ser la mejor versión de mi misma.
Entendí también, que no es mi obligación cumplir las expectativas de nadie, que es solo a mi misma a quien me debo y que no puedo quedarme quieta solo por temor a errar, cuando son justamente la suma de todos esos errores los que nos hacen crecer.
Una vez que descubres quién eres, nada ni nadie podrá minimizar tu valor, cuando encuentras tu identidad entiendes que tu valor como persona no lo determina nada en el exterior y entonces tienes la seguridad de poder hacer cuanto quieras y decidas, es entonces cuando puedes dar pasos firmes y constantes hacia tu objetivo de vida.
Tú, alguna vez te has preguntado ¿quién eres?