En el mundo de hoy, en especial en las redes sociales, nos hemos acostumbrado a proyectar una versión idealizada de nosotros mismos, llena de momentos felices y triunfos. Sin embargo, en medio de esa perfección aparente, cada vez más personas están descubriendo el poder de mostrar su vulnerabilidad. Este artículo explora el proceso de liberarse del miedo al juicio y de atreverse a ser auténtico, destacando cómo la valentía de ser transparentes puede abrir puertas a la sanación y a conexiones humanas más profundas. ¿Qué parte de ti mismo estás escondiendo por miedo a ser vulnerable?
Se estaba llegando el momento de mostrar mi vulnerabilidad, de mostrar un poquito más de lo que todos mostramos, estamos acostumbrados a compartir solo nuestros momentos felices, sobre todo en redes sociales, en donde queremos vernos casi perfectos, pero pocos nos atrevemos a mostrarnos en nuestra totalidad, tal cual, a mostrarnos tan humanos como el resto.
Yo solía ser ese tipo de personas que juzgaban a quienes se atrevían a mostrar su dolor públicamente, usaba calificativos tipo, seguro está -falto de atención- e incluso llegaba a verlas como queriendo causar lástima o intentando victimizarse.
Me costaba entender por qué una persona querría que alguien más la viera llorando, para mis esas cosas se hacían en donde nadie te viera ni te escuchara. Evidentemente estaba muy equivocada, en primera porque quien soy yo para juzga a los demás, cada uno de nosotros vive sus procesos de forma diferente y en segundo porque hay que ser muy valientes para mostrar al mundo tu vulnerabilidad.
Era esa mujer que procuraba mantener una imagen casi “inmune”, tratando de sonreír en todo momento, en un aparente aquí todo está bien , aquí no pasa nada malo, de hecho, cuando decidí iniciar este viaje –rumbo al amor propio– no planeaba utilizar mi nombre, pensaba hacerlo de forma anónima, excusándome en que al hacer uso de mi persona implicaría más una parte de egocentrismo, pero la realidad era que seguía sintiendo un profundo temor a ser juzgada como en algún momento lo hice yo con otros.
Al final decidí hacerlo así, con mi nombre, en un intento por vencer mis propios miedos, pues uno de mis más grandes desafíos siempre ha sido el permitirme ser vulnerable, validar mis propias emociones y expresarlas de una forma asertiva, sin que eso me haga sentir débil ante los demás.
Pese a que ya había tomado la decisión de hacerlo, al paso de los días y conforme se acercaba el momento de publicarlo, yo me iba sintiendo cada vez peor. Había momentos en los que sentía ansiedad y no lograba entender las razones.
Días después publiqué en mis redes un par de fotos con un mensaje diferente, este era el primer paso con el que anunciaba el inicio de mi aventura y deconstrucción de patrones compartiéndolo públicamente; al hacerlo pude notar que realmente me asustaba y me angustiaba mostrar esa parte de mi que muy pocos conocían.
Luego de haber atravesado la ruptura una relación amorosa, dicho sea de paso, muy tormentosa, llevaba ya un par de meses ausente en mis actividades sociales, el proceso estaba siendo bastante doloroso, sin embargo, pude recuperarme a mí misma mucho más rápido de lo que pensaba, no digo que haya sido fácil, solo quizás un poco menos complicado que las veces anteriores.
En ese punto ya había retomado mis hábitos saludables, podía concentrarme en mi trabajo, mi alimentación y salud eran buenas, estaba enfocada en mis proyectos personales y en general todo lo que a mi persona se refería estaba en aparente orden, sin embargo, me negaba rotundamente a socializar con personas desconocidas, también había dejado de congregarme en la iglesia. Las razones, hasta ese momento, las desconocía y de lo único que estaba segura era de que no quería ir.
Poco a poco fui intentando integrarme y recuperar esa parte de mi personalidad. Las personas que me conocen bien, saben que eso de socializar es algo que se me da forma muy natural, hablar con los demás jamás había sido un problema para mí, conocer nuevas personas tampoco, sin embargo, en ese momento había algo que me lo estaba impidiendo, no sabía qué era, pero estaba dispuesta a descubrirlo, pues me negaba a perder esa parte de mi personalidad que tanto me gusta.
La primera vez que intenté volver a socializar sentía que el corazón estaba a punto de salírseme del pecho, mi cuerpo entero temblaba un poco de forma repentina así que supuse que algo no estaba bien conmigo y que seguramente no debía salir en esas condiciones, por lo que descarté la idea y decidí quedarme en casa.
Claramente no tenía nada físico ni problemas de salud, había sido mi ansiedad y mi temor a lo que significaba volver a integrarme; por eso, la segunda vez que se me presentó la oportunidad, me obligué a intentarlo, después de todo la única forma de vencer el miedo es atravesándolo.
Ese domingo, recibí un audio por WhatsApp que me invitaba a participar en un pequeño grupo de pintura, me sentí interesada, quería ir, pero a la vez no tenía ánimos, aun así, me arreglé y me dispuse a ir.
Conforme me acercaba más al lugar iba sintiendo un nudo en la garganta y ese malestar generar que poco a poco se intensificaba a tal punto que sin darme cuenta ya habían brotado lágrimas de mis ojos; seguía sin entender lo que pasaba así que procuré controlarme y apresurarme a llegar. No encontré al grupo al instante, pero después pude verlos a lo lejos, sentados en la arena frente al mar, el ambiente era muy lindo y pacífico y aun así lo único que pasaba por mi mente era ¡Vete, todavía puedes irte! Sabía que ese pensamiento no era mío, había una emoción que estaba hablando por mí, era el miedo, pero aun no entendía a qué le temía.
La realidad es que apenas llegué, saludé al grupo, me senté al lado de una amiga y no pude continuar, la abracé y escondí mi cara en su regazo, para que nadie más me viera y con un hilo de voz apenas y pude decirle ¡Vámonos, por favor! Estuvimos un par de horas sentadas frente al mar entre pláticas y lágrimas, hablando de lo difícil que pueden parecer algunas situaciones y de los sentimientos que en ocasiones no logramos entender, pero que sin importar lo que sea es sentir es inevitable.
Más tarde, ya en casa, lo entendí todo. Me había costado tanto recuperarme a mi misa, me estaba esforzado tanto por volver a estar bien y recuperar mi paz, que por dentro estaba aterrada de que alguien o algo pudiera volver a lastimarme, y en ese intento por “autoprotegerme” había mutilado las partes de mí que considerables culpables de haberme expuesto y orillado a atravesar esas situaciones que resultaron muy dolorosas. Estaba perdiendo una parte de mi esencia por miedo, en un intento por evitar volver a sentir dolor.
A mí me encanta conocer personas, vivir experiencias nuevas, socializar en general y ahora estaba encerrada en mi caparazón, cuidándome para no volver a sentir dolor. Al fin pude reconocer el miedo que se escondía en mis pocas ganas de convivir, y eso me permitió aceptarlo y tomar conciencia que el dolor es parte de la vida y que lo realmente importante es aprender a reconocer a aquellas personas por las que vale la pena correr el riesgo.
Tres días después con la mente un poco más clara y las emociones más apaciguadas, me reuní con un grupo de mujeres de la iglesia y aun con miedo fui capaz de mostrar mi vulnerabilidad con todas ellas, al expresar “No estoy al 100, no estoy del todo bien, me estoy recuperando, lo estoy intentando, el haber llegado aquí y poder decirles cómo me siento en este momento, para mi es un gran paso”.
Cada una de nosotras compartimos experiencias dolorosas de nuestras vidas, miedos e inseguridades, recordándonos que no estamos solas, que todas atravesamos desiertos y que está bien no estar bien a veces. Debo decir que me sentí muy bien después de esto, pues realmente era un gran avance para mi el hablar de mis sentimientos públicamente.
Al día de hoy sigo recuperando mi esencia más auténtica, cada vez con menos miedo de mostrarme tal cual, para no ser lastimada, sin embargo, también he aprendido a ser más cautelosa y selectiva. Todavía me cuesta un poco mostrar mi vulnerabilidad, pero sé que cada vez se volverá menos incómodo.
Ahora entiendo que son justamente esas personas sensibles, esos espacios en los que podemos expresar nuestro sentir los que nos ayudan a vencer barreras y temores; ya no juzgo a quienes lo hacen, sé que somos muchos los que luchamos día a día con el peso de creer que tenemos que estar bien en todo momento o al menos aparentarlo, que somos muchos a los que nos cuesta compartir nuestro dolor, pero sé también que el dolor es parte de vivir.
Berenicce dice:
Me identifico totalmente con este Blog, me gustan sus artículos.