Hace poco descubrí que no sabía expresar mis emociones verbalmente, en realidad siempre lo había sabido, pero no lograba identificar en qué momento se daba con mayor intensidad, sin mencionar que no lo consideraba un problema.
Soy muy racional y suelo comunicarme siempre desde la lógica, muy pragmáticamente, sin embargo, cuando involucraba alguna emoción, sobre todo molestia, enojo o dolor me cerraba totalmente y optaba por ignorarlo diciéndome a mí misma “NO IMPORTA, ME VALE, YA PASARÁ” o peor aún NO ME AFECTA, pero por supuesto que me afecta, me duele, me molesta o cualquier otro sentimiento que se genere, cualquiera es válido.
El hecho de ser conscientes y entender las situaciones no quiere decir que no sientas, el que puedas moderar o controlar tus emociones no significa que no las estés experimentando, sin embargo, casi siempre reaccionamos de forma tan automática que no somos capaces de observar nuestras actitudes ante ciertas circunstancias.
La primera vez que logré comunicar mis emociones fue después de haber tolerado situaciones desagradables en las que me mantenía controlada, dentro de una relación inestable con una persona que iba y venía en repetidas ocasiones.
Yo podía entenderlo y era consciente de que sus acciones y decisiones no tenían nada que ver conmigo, no era que hubiera algo “malo” en mí, simplemente era su decisión, eso era lo que me decía a mí misma cada vez que eso sucedía: “es su decisión y debo respetarla”
Después volvía y yo lo aceptaba excusándome en un “entiéndelo”, cada vez que esto sucedía yo era muy insistente en pedirme: si vas a volver quédate bien y si te vas a ir, vete y no vuelvas, claramente esto no sucedía, yo había sido muy permisiva al mantenerme tan “firme” en: “respetar sus decisiones”, pero al hacerlo me olvidaba de mi.
La última vez que esta persona intentó volver fui capaz de expresar mi sentir abiertamente. Yo podía entender los motivos de su comportamiento pues conocía su historia, y eso me llevaba a justificarlo.
Sin embargo, cada vez que volvía me sentía parte de un juego en donde mi voz no era escuchada y mis sentimientos no importaban, me dolía ser consciente de que era yo misma quien lo había estado permitiendo, pero desde esa perspectiva sabía que yo misma tenía la solución, aun cuando eso también doliera.
A partir de ahí pudimos tener una relación más estable, aunque no por mucho tiempo, evidentemente se volvió a ir, pero esta vez además de respetar su decisión de marcharse, hice algo aún más importante, respetar mis propios límites, evitando que volviera.
El punto realmente importante de toda la historia es que pude darme cuenta de la importancia de comunicar nuestras emociones de forma asertiva.
Aunque eso no garantiza que los demás respondan de la forma en la que tu esperas, es importante reconocer para nosotros mismos nuestras emociones y las razones que nos llevan a sentirlas.
Quizás no podamos evitar nuestros sentimientos, pero si ser conscientes de las situaciones que los detonan y a partir de ahí poder decidir si queremos continuar con la emoción o enfrentar la situación; y esto aplica no solo en relaciones de pareja.
Hace unas semanas al salir de mi trabajo me sentía muy abrumada y solo esperaba llegar a casa para al fin tener un poco de silencio, prepararme algo rico de cenar y disfrutar de un buen rato a solas en el balcón, pero en lugar de eso, al llegar, encontré a varias personas en la cocina, algunas sentadas en el comedor y otras más cocinando, me sentí invadida y muy molesta.
Comparto departamento con una chica desde hace ya casi 2 años y como en toda convivencia es común que existan desacuerdos, pues nuestros estilos de crianza y hábitos son muy diferentes, yo ya había experimentado cierta molestia con anterioridad, pero siempre decidía hacerme cargo sin expresar mi inconformidad, de algún modo me adaptaba a la situación, pero poco a poco iba acumulando mi molestia; hasta esa noche en donde ya no pude contenerme y exploté.
Reaccioné con un berrinche, encerrándome en mi cuarto y poniendo música a todo volumen en un intento por hacer notar mi enojo. Por primera vez fui consciente de lo que estaba pasando y sabía lo que tenía que hacer si quería seguir viviendo ahí.
Tenía que expresar mi sentir, pero no tenía idea de cómo hacerlo de una forma asertiva, nunca antes lo había hecho, así que dejé pasar los días intentando buscar la forma de resolverlo y lo único que lograba era que mi enojo se extendiera a otras áreas de mi vida.
De pronto me descubrí a mí misma buscando otros departamentos para mudarme, sin siquiera haber intentado solucionar el problema, era una salida rápida, un escape para evitar esa conversación necesaria pero que sin duda sería incómoda.
Nunca antes había sido consiente de mis reacciones ante ciertas circunstancias, pero cuando pude notarlo, vi mi vida pasar en menos de 15 minutos y entender por qué habían terminado varias de mis relaciones, no solo amorosas, sino también de amistad e incluso laborales.
Detrás de una decisión siempre hay una emoción, pero las emociones pasan y a veces en un intento por evadirlas podemos tomar decisiones poco racionales.
En mi caso pude darme cuenta que había desarrollado dos mecanismos de defensa para evitar comunicar mis sentimientos.
La primera era ignorarlas o fingir que no me afectaban – no me importa, no tiene que afectarme, no me duele, para qué me enojo -, entre muchas otras, antes de asumir mi emoción y de ser necesario comunicarla.
La segunda, que por lo regular sucedía cuando la emoción ya estaba a punto de desbordarse, era buscar cualquier excusa para salir huyendo.
Recordé todos los trabajos a los que había renunciado cuando sentía que ya no podía más de tantas inconformidades que había soportado sin antes expresarlas, las amistades olvidadas por situaciones que no se hablaron en su momento y las relaciones amorosas en las que terminaba cansada al no sentirme escuchada. Empezaba a asumir la parte de responsabilidad que me tocaba en todas esas rupturas.
Días más tarde decidí hacerle frente a mi situación y tener esa conversación incómoda con mi roomie, sabía que había ciertas cosas que yo no estaba dispuesta a tolerar y era consciente de que de no llegar a un acuerdo tendría que tomar otras medidas, pues no estaba dispuesta a rebasar mis propios límites.
Afortunadamente ambas expusimos nuestras inconformidades y pudimos establecer reglas de convivencia de común acuerdo. La realidad es que no fue nada difícil, incómoda sin duda, pero al final siempre resulta más sencillo de lo que parece.