Estuve separada por 5 años sin haber iniciado los trámites de divorcio. Sabía que debía hacerlo y estaba en mi lista de actividades pendientes, algunas otras eran aprender a manejar estándar, leer un poco más, hacer un viaje sola e iniciar mi propia empresa, otras que eran mero trámite como renovar mi licencia y mi pasaporte, algo tan simple pero que dejaban claro cómo me había hecho el hábito de procrastinar.
Decidí dar pasos firmes en mi lista y tomar acción, aprendí a manejar más rápido de lo que pensaba e inicié al fin, mi trámite de divorcio. Hasta ese momento la relación con mi ex esposo había sido cordial, no éramos mejores amigos, pero sosteníamos conversaciones amistosas y nos apoyábamos cuando alguno de los dos lo necesitaba.
El proceso duró muy poco, gracias a Dios mi abogado agilizó los trámites y en menos de un mes la sentencia estaba lista para ser inscrita y por fin dar por terminado ese ciclo. Sin embargo, no contaba con lo que estaba por suceder.
Como parte de un acuerdo, mi ex pareja y yo decidimos que cada uno se haría responsable de realizar el registro de la sentencia en un registro civil, por mi parte me correspondía hacerlo en la capital del estado, mientras que a él le tocaba hacerlo en el lugar en el que nos casamos, considerando que él viajaba frecuentemente a ese destino, me pareció lo más factible.
Habían pasado ya 15 días cuando mi abogado me comunicó que el registro ya estaba listo y que solo estaba pendiente el que le tocaba a mi ex pareja, de inmediato quise avisarle para presionar un poco aunque sin éxito ya que por cuestiones personales no le había sido posible realizarlo, esta historia se repitió en constantes ocasiones durante más de tres meses, mientras yo cada vez iba perdiendo más la paciencia.
Cada llamada del abogado para preguntarme sobre los avances, me sentía muy presionada, sin mencionar que sentía que no tenía control de la situación, pensaba que ya había agotado todos los medios intentando resolverlo y pidiendo a mi ex pareja se hiciera cargo de su parte “acordada”.
Como última instancia en un acto desesperado, decidí escribirle por última vez, explicándole la situación y aun esperando tener una respuesta favorable, cosa que no fue así y que lejos de ayudar me propició una explosión de sentimientos que habían estado dormidos durante más de 5 años.
Volví a experimentar esa sensación de hartazgo, de enojo por no sentirme apoyada, por sentir una falta de compromiso e incluso de responsabilidad, no puedo explicar la frustración que sentía de tener que resolverlo yo sola cuando había un acuerdo pactado previamente, que aunque de palabra, para mí era más que suficiente.
Estaba desbordada y con mil pensamientos en mi mente, no podía entender porqué me sentía así, porqué una situación tan pequeña me había hecho perder el control y porqué me estaba afectando tanto si ya habían pasado 5 años. Decidí hacer una cita con mi psicóloga, pues sentía que necesitaba una intervención inmediata.
Ahí estaba, esa emoción que había estado queriendo evitar. Recordé haber sentido ese mismo hartazgo tantas veces durante mi matrimonio, recordé las veces en las que me sentía cansada, en las que sentía que era solo yo la que estaba jalando la cuerda y entonces recordé porqué había tomado la decisión de separarme y entonces supe que como en ese momento, esta vez tampoco vendría alguien a resolverme la vida, porque nadie tiene la obligación de hacerlo.
No podemos hacer cambiar a las personas solo porque algo de ellas no nos gusta, por el contrario tenemos que aceptarlas y si con lo que son o somos no nos alcanza entonces quizás estamos con la persona incorrecta.
Recordé que soy quien decide el rumbo de mi vida, que Dios me dio libre albedrío para tomar las decisiones correctas y fue entonces cuando pude soltar el sentimiento de enojo y empezar a hacerme cargo, a poner cada cosa en su lugar y resolver la situación que tenía enfrente.
Quizás para mi un acuerdo de palabra es suficiente, pero eso no significa que lo sea para todos, entendí que si hay algo que me molesta a mí, soy yo misma quien tiene que resolverlo, soy yo quien tiene que acomodar las cosas para estar cómoda. Aun cuando sigo pensando que fue un acto de irresponsabilidad de su parte, no puedo permitir que eso me afecte al grado de perder el control y bloquearme al tratar de resolver.
Luego de esto sabía que tenía que llamarle, solo para informarle lo que estaba por pasar ya que no estaba dispuesta a dejar en sus manos algo que ya me estaba afectando en muchos sentidos, y aun cuando sabía que debía hacerlo lo antes posible, dejé pasar dos días más, solo por ahorrarme el mal rato y el sentimiento de hartazgo que ya había dejado atrás.
Esta situación me hizo reflexionar acerca de cómo he caído en el mal hábito de la procrastinación, poco a poco fui dejando de hacer cosas sólo por no tener que pasar por esos procesos que nos sacan de nuestra zona de confort, evitando a toda costa la incomodidad.
Pero pasar por un proceso implica sacrificios, esfuerzos, sentirnos vulnerables, implica hacer cosas para las que no siempre estamos preparados, conocer nuestros límites, sentirnos muy incómodos, entre muchas otras más.
Pero puedo decirles que la satisfacción que se siente una vez que logras concluirlo es muy gratificante, nos recuerda lo capaz que somos, el poder decirnos a nosotros mismos “lo logré” aún cuando tuve que pasar, por tanto, y lo más importante, no necesité que nadie viniera hacerlo por mí.
Sin olvidar que siempre habrá personas a nuestro alrededor dispuestas a darnos una mano, a guiarnos y apoyarnos, la obligación de actuar, de hacernos cargo de nosotros mismos es solo nuestra.